Uyuni para mí
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Escrito por: Amparo Silva Ugrinovic
Entre sal y arena, mi abuelo materno, croata, se asentó en Uyuni, dio inicio a su estirpe y murió temprano.
Y aunque no nací allí, este plano territorio, a través de los relatos familiares, me fue siempre muy especial.
Un día finalmente lo conocí. Después de un largo viaje en tren, me recuerdo recién llegada, en plena madrugada y en plena adolescencia, sentada encima de mis valijas acomodadas en una carretilla.
Congelada, tapada hasta el tuétano con una manta de viaje y absorbiendo mis últimos sollozos derramados durante todo el viaje, iba dando barquinazos bajo una bóveda llena de estrellas, viendo pasar las calles áridas , desiertas, anchísimas y chuecas.
El aire cálido de mi boca salía como el humo de un cigarrillo invisible, igual que el del valeroso hombrecito que empujaba la carretilla. Nacido del frío inclemente, del sol abrazante, esculpido en roca roja y salitre, su mirada puesta en el horizonte de nuestro destino, era a toda prueba. El bolo de coca, bailaba en su boca y su respiración agitada por el esfuerzo, daba impulso a su trote vigoroso.
Mi madre, uyunense de pura sepa, venía caminando detrás, erguida serena y nostálgica, recordando quién sabe qué cosas.
Parecía no sentir frío ni ningún temor, pero ella era siempre así, de agallas. Nunca vi correr por su rostro una sola lágrima ni en su vida a veces difícil, ni en el lecho de su muerte tan agónica .
Y ahora que lo pienso, ha debido ser su composición salina.
Los primeros días no salí de la casa, aún no asimilaba el drástico cambio y me preguntaba como iba a ser mi vida en este nuevo y salado lugar a mis 14 años.
Ella transcurrió, y me quedé en Uyuni, dos largos años y cuando llegó el tiempo de volver sentí un hondo dolor en el pecho. Sentada en el tren que me devolvería a Sucre, no estaba segura de querer salir de allí . Me había atrapado.
Sin importar lo bonito o lo feo, la sobrevivencia a mi adolescencia y al cambio de hábitat fueron intensos y muy peculiares:
Cuando decidí salir de la casa, descubrir los únicos arbolitos en la plaza tan verdes y lozanos fue un regalo de la naturaleza.
Su plaza erguida cerca al reloj, en una amplia calle de ida y vuelta en pleno Downtown, acogía una linda librería. Me reencontré con los libros e intensifiqué la lectura, reafirmando que la vida comienza en la imaginación.
Conocí a mi otro abuelo, el paterno, que era sordo y bailaba como un trompo, era alegre, divertido y su sordera parecía no importarle mucho, me gustaba leerle los labios y salir de trasnoche, tomada de su mano del único cine, envueltos en gruesas mantas, exhalando por turnos, nuestro hálito caliente.
Me fascinaba hacer la tareas a la luz de la vela y sintonizar ondas lejanas, en una radio a pilas para escuchar voces y acentos extraños, como salidos de otro planeta.
Me encantaban mis primas que venían por docena, tan diferentes y divertidas como una colección de muñecas.
Ansiaba los martes porque llegaba el correo, y me traía las cartas de aquel por el que lloré en el tren, como una magdalena.
Eran especiales los jueves de feria, las chilenas y su mercadería, escaparates, ropas, conservas y más cosas maravillosas traídas de Antofagasta.
El colegio, los festivales, los desfiles cívicos, los juegos deportivos, las bandas, los bailes en la región militar, los naipes, el circo, mi primera y fugaz academia de danza y mis primeras alumnas que me miraban como a bicho raro, me llenaban de entusiasmo.
De pronto, era parte del frío, de la tierra, del intenso sol que quemaba y resquebrajeaba mis mejillas, de la sal que paladeaba en mis labios, de las estufas a petróleo, del aire puro y helado, del límpido amanecer, del crepúsculo violeta naranja y de la grácil oscuridad que nos susurraba misterios en las noches sin luz, pero pobladas de imaginación, suspenso y curiosos relatos.
Tuve mucho contacto con la gente, fui reina como todas mis primas, de algo; lucimos estoicamente trajes de baño, sin importar cuan morados se nos pusieran los labios.
Y hasta me enamoré, quien lo diría y el viaje de vuelta fue como el de ida, en un mar de lágrimas…
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