Costumbres y Supersticiones en Uyuni
Autor: Reynaldo Medina Gonzales
En otra época, las máquinas brillaban con el lustro de la novedad. Hoy son un cúmulo de chatarra sólo visitado por turistas y saqueadores. El cementerio de trenes de la ciudad potosina de Uyuni ha visto pasar los años de su gloria. Hoy, los rieles por los que circularon los colosos de acero están desapareciendo como las antiguas estructuras de las locomotoras.
El paso de los siglos se evidencia en el cementerio que acoge una decena de ensarradas máquinas, a tres kilómetros de la plaza central del pueblo. Los orígenes se remontan al 30 de octubre de 1889 cuando entró triunfalmente la primera locomotora a Bolivia; precisamente, a la estación ferroviaria de la localidad de Uyuni.
La sola imagen de esta máquina era el símbolo inequívoco del progreso y, por ende, motivo de algarabía y pomposas ceremonias oficiales. Esa fiebre fue furtiva, pues pronto se supo que los trenes se llevaban mineral, pero no traían más que cansados pasajeros y trabajadores. El progreso no llegó y los trenes se quedaron.
El Estado los administró durante años hasta que fueron capitalizados por el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada. Las evidencias de toda esa historia permanecen, aunque cada vez más mermadas por los robos, en el cementerio de ferrocarriles de Uyuni.
El saqueo del tesoro histórico ha llegado a un punto alarmante. “Hay gente que conoce la situación desprotegida del cementerio de trenes, por lo que va hasta el lugar con cortadoras automáticas para desarmar las antiguas máquinas. Hemos recibido informes de que se apersonan por las noches con herramientas eléctricas para cortar los metales y que los materiales sustraídos se los llevan en tráilers”, denuncia Froilán Condori, el alcalde de Uyuni.
La preocupación de la Gobernación Municipal y el Comité Cívico de la provincia Quijarro, del departamento de Potosí, reside en su imposibilidad de impedir estos saqueos. “El Gobierno Municipal no puede hacer mucho, porque los trenes y lo que queda de ellos todavía pertenecen a la Empresa Nacional de Ferrocarriles (Enfe). Junto con el Centro Cívico, hemos presentado un proyecto para la construcción de un museo de los antiguos trenes, pero hasta el momento no pasa nada”, sigue el alcalde.
El Comité Cívico también ha realizado una investigación sobre el saqueo del conocido cementerio: “Hemos estipulado que el daño económico por los robos de estos años puede ascender hasta el medio millón de dólares. Se llevan partes de buenos y caros materiales como el cobre, que luego usan en las fundiciones. Por poner un ejemplo, cada vez que se llevan uno de los ejes de las máquinas, se eleva el costo de la pérdida entre 2.000 y 3.000 dólares”, evalúa Moisés Valdivia, presidente del Comité Cívico de la provincia Quijarro.
El teniente coronel Freddy Enríquez Ordoya está encargado de la policía fronteriza de Uyuni desde hace seis meses y ya ha reportado numerosos saqueos nocturnos, pero lamenta no poder hacer más para evitarlos: “Apenas hay seis policías por provincia, no son suficientes para controlar y vigilar las 24 horas del día el cementerio de trenes. Se precisa de un control ininterrumpido para impedir el robo sistemático de las piezas metálicas”, revela el oficial.
Entretanto, el titular de la Alcaldía uyunense cree que es el Gobierno Municipal el que debe hacerse cargo del cementerio de trenes. “Se trata de un bien de Uyuni, que es visitado por los turistas cada día, y que debería estar bajo nuestro cuidado. Debe pasar a ser municipal cuanto antes”, argumenta Condori.
Y mientras continúan las pugnas por la administración y cuidado del lugar, diariamente los trenes desaparecen de su más antiguo cementerio.
La caída del sueño a vapor
La primera ruta de trenes tendida en Bolivia fue la del ferrocarril Uyuni – Antofagasta, en 1899. A partir de entonces Potosí, debido a su importancia minera, se convirtió en uno de los grandes centros ferroviarios de finales del siglo XIX y principios del XX.
Según la tesis en Historia Ferrocarriles en Bolivia del anhelo a la frustración 1860-1929, de Luis Reynaldo Gómez Zubieta, “el tren fue el nuevo medio de transporte que hizo posible la exportación del estaño en el país. Por primera vez, había llegado la revolución de los metales. Por la ruta Uyuni-Antofagasta circulaban principalmente vagones cargados de plata, que salían de las minas de Huanchaca. Ése fue el principio de la ruta que hoy une a Oruro y Villazón, pasando por Tupiza, Atocha y otros pueblos que han crecido pendientes del agudo silbido con que anunciaba su llegada el ferrocarril”.
Durante la Guerra del Chaco (1932-1935), las líneas ferroviarias que pasaban por Uyuni adquirieron especial importancia. “Durante los tres años que duró la contienda, los ferrocarriles transportaron soldados hacia los campos de batalla”, explica Valdivia, presidente de los cívicos.
Años después, Esteban Juanes Barrientos, ex trabajador ferroviario, vio el fin de las líneas que marcó el nacimiento del cementerio de trenes. “Las locomotoras que se quedaban paradas por falta de mantenimiento eran trasladadas para su almacenaje a Uyuni; pero quedaron abandonadas a su suerte. El ferrocarril murió definitivamente con la capitalización de 1993 y el despido sistemático de casi 1.000 trabajadores que allí estábamos”.
Este uyunense de 57 años que trabajó durante dos décadas en la maestranza, que en su auge albergaba un millar de personas en talleres de carpintería, fundiciones, tintorerías y hasta un hospital. “Hoy de aquello no queda más que el recuerdo”, cuenta el veterano.
Y de aquel esplendor de antaño, apenas quedan los esqueletos abandonados y cada vez más exangües de las que fueron las máquinas más poderosas del país. Una historia que se olvida con sus trenes.
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